Cena de promoción

Podéis llamarme sentimental, pero lo cierto es que tengo unas ganas enormes de reencontrarme con mis compañeros de clase (en ESADE aún pueden llamarse así), gente con la que he compartido un buen montón de años (en realidad sólo cinco) y que poco a poco han ido dedicándose a casi todo tipo de actividades, perdiéndose por el horizonte.

Por lo que he podido saber, de la gente que acabó la carrera y el máster conmigo hay algunos que ejercen como abogados -lo que parece más lógico-, pero también hay gente dedicada a recursos humanos, opositores, diplomáticos, artistas, vividores, curas, políticos, empresarios e, incluso, me han contado que hay un chiflado que ha creado una empresa de nuevas tecnologías y pretende vivir de una plataforma de contratación electrónica (ejem). No está mal para un grupo de alrededor de noventa personas.

Creo que éste es uno de los momentos de la vida en lo que te das cuenta de lo mucho que has corrido y lo poco que has avanzado. En los últimos seis años, desde que acabé en ESADE, he viajado, he conocido a gente, he cambiado de ciudad, de trabajo, de amigos (no del todo) y de vida. Pero, sobre todo, creo que he vivido este período con bastante intensidad. Lo importante no han sido los logros, sino el camino seguido hasta alcanzarlos.

Una vez alguien me dijo que la vida está compuesta por distintas fases de alrededor de diez años -creo que fue el gran Farnesio, eterno alto ejecutivo del Deutsche Bank-, y no iba del todo desencaminado. Pasé casi diez años en Barcelona, llevo casi tres en Alcoy y no tengo ni idea de qué me va a deparar el futuro.

La semana que viene se abre la puerta de la única buena idea que -creo- he tenido en mi vida, y cuesta vislumbrar qué hay más alla del quicio, aunque no me preocupa demasiado. Las nuevas experiencias están para eso, para experimentarlas. Y para vivir, que es lo que al final verdaderamente cuenta.