El día 31 de diciembre suele venir envuelto en una especie de histeria colectiva provocada por el cambio de año. Si lo piensas bien, en realidad el paso del 31 de diciembre al 1 de enero no tiene nada de particular, más allá de algunos efectos fiscales y plazos autoimpuestos que en muy pocas ocasiones acaban por cumplirse.
Soy muy poco romántico con el fin de año. Para mí 2009 ha sido un buen año por muchos motivos. Y tengo bastante claro que las cosas negativas -y muchas de las positivas- no dependían del último dígito de la fecha, sino del momento, del karma, de mis acciones y de las de la gente de mi alrededor o, incluso, del clima. El año, a todos los efectos, es intrascendente.Vamos, si no eres un esquizofrénico, un conspiranoico o un descendiente de los mayas o de Paco Rabanne.
Acabo de ver cómo en Australia se empezaba a celebrar la llegada del 2010 hace un rato. En China todo esto les importa un comino porque hasta el 14 de febrero de 2010 no llega el año 4708 (no está mal), el del tigre, y el Rosh Hashanah judío no llegará hasta mediados de septiembre.
¿Por qué celebramos el cambio de año? Posiblemente porque necesitamos sentir que estamos vivos, que nuestro entorno cambia y evoluciona, que las cosas malas siempre pasan, sin pensar que buena parte de lo que sucede a nuestro alrededor depende de nuestra intervención y que las buenas cosas y los buenos momentos, por desgracia, también se acaban antes o después.
Los humanos somos inconstantes, inconsistentes e inasequibles al aprendizaje basado en nuestra propia experiencia. Cada año, por estas fechas, recordamos qué hemos hecho y qué nos ha pasado durante los 365 días anteriores. Formulamos propósitos y nos deshacemos en buenos deseos para con los demás. Pero a partir de mañana seguiremos con nuestra vida como si nada hubiese pasado y no volveremos a sentirnos culpables hasta dentro de 12 meses, cuando nos demos cuenta de que todo sigue igual y nuestra vida es un poquito peor.
Por eso pienso que la nochevieja es uno de los peores inventos de la humanidad. Esta labor de reflexión, autocrítica y propuesta de mejora debería formar parte de nuestra lista de tareas diarias, tanto como lavarnos los dientes o comer. Si no evalúas todos los días si tu vida es como tú quieres que sea y adoptas las medidas correctivas y evolutivas necesarias para corregir las desviaciones, acabarás desperdiciando tus pocos años de vida haciendo cosas irrelevantes, repetitivas e inútiles, que no te aportarán nada.
Aprovecha el fin de año. Escribe tus propósito y ponles fecha. Oblígate a hacer un seguimiento periódico del cumplimiento de tus hitos personales y retoma el curso de tu vida, poco a poco, pero con paso firme. Sólo así, cuando llegue el 31 de diciembre de 2010 podrás mirar atrás y decir “no me arrepiento de nada“. El momento es ahora y, sí, puedes cambiarlo si tienes la determinación y el compromiso personal suficiente.
Por tanto, no te voy a desear un feliz 2010 ni un próspero año nuevo, sino, simplemente, que tengas la energía necesaria para provocar que durante los próximos días, meses y años, tu vida circule por el camino que tú has elegido. De esta forma, no sólo 2010, sino todos los años venideros serán felices para ti y para tu entorno.
¡Disfruta! 😉
ok!
mis deseos para que también tengas la energía necesaria 😉
un abrazo!