Tercer miércoles del séptimo mes del octavo año de la segunda década del siglo XXI. 19 de julio de 2017. Mañana cumplo 40 años. No te digo nada y te lo digo todo.
Si estás leyendo esto, probablemente sepas que la música es una parte muy importante de mi vida. A ver. Tengo una sección en el blog –que es el suyo, joven- llamada “canción del domingo” desde hace más de diez años. Vamos, que no hace falta ser un puto genio para darse cuenta.
Ya que no tengo demasiados vicios confesables –y menos aún que sean inconfesables-, dedico mucho tiempo a descubrir, escuchar, analizar y tocar música.
Mi hermano Jorge –no tengo otro-, que es la persona que realmente sabe de música en mi familia, suele criticar, riéndose, mis listas de reproducción (aka playlists) por su eclecticismo. En ellas cohabitan y se alternan melocotonazos de Dire Straits, Queen o Led Zeppelin con himnos de Hidrogenesse o las Bistecs, experimentos psicodélicos de grupos que nadie escuchaba siquiera en los 60, arias de ópera, heavy rock que evoca pelazos y litros de laca, indie español mainstream, gags de les Luthiers, cantautores chinos, crooners, bossanovas, sambas, valses franceses y palos flamencos.
No me importa reconocer que no entiendo nada de música, por mucho que me guste. Estudié durante dos años canto con la misma profesora que enseñó a cantar (sigh) a Gabino Diego. Dejé de estudiar solfeo cuando me di cuenta que no lo necesitaba para tocar la guitarra a mis tiernos 10 años –llamadme vago- y, desde entonces, he aporreado sin piedad las cuerdas de un montón de muebles distintos, de los que sólo conservo una Alhambra clásica, una Fender electroacústica color azul cielo y una bandurria imposible de afinar, con las cuerdas tan oxidadas como las articulaciones de mis dedos. He destrozado, perdido o dejado que me robasen tantos instrumentos en tantas ciudades y situaciones distintas que ahora mismo no soy capaz de recordarlos todos.
Durante los últimos 126 meses la canción del domingo ha sido mi salvoconducto, una excusa como cualquier otra, para volver de vez en cuando por aquí a escribir algo y glosar, de forma más o menos acertada, un tema que me rondaba por la cabeza o me recordaba a algo o a alguien. Mantener un blog vivo –aunque un poco renqueante, eso es cierto- durante 11 años, a veces requiere de estos trucos sucios.
Ahora que me encuentro al borde de mis 40 años, quiero confesaros una cosa: durante todos estos años ha habido una canción que no me he atrevido a publicar. Es un tema tan conocido, tan mainstream, que casi me avergüenza reconocer lo mucho que me gusta y todo lo que supone para mí, pero ya soy un señor mayor, y la gente mayor dice lo que piensa. Si no estáis de acuerdo, os reto a que habléis con mi madre sobre cualquier tema.
Mi canción favorita se ha convertido en un himno para millones de personas. La habrás escuchado en anuncios de TV, películas, verbenas de pueblo, funerales o, incluso, en uno de los doodles de Google.
En 2005, Top Gear la seleccionó como la mejor canción de la historia para conducir, una empresa de electrónica la ha identificado como la favorita para la mayor parte de los adultos en Reino Unido y un psicólogo experimental de la universidad de Groningen (Países Bajos) la ha proclamado como la canción más alegre que se ha compuesto, a partir de una fórmula que relaciona el tempo con la proporción y el número de acordes mayores y menores. La fórmula, en concreto, es la siguiente:
60+ (0,00165*BPM -120)^2 + (4,376*Major) + 0,78 nChords – (MajorChords)
Lo confieso. Mi canción favorita de todos los tiempos es “Don’t stop me now”, de mi -también- grupo favorito de todos los tiempos –Queen- y por eso, hoy quiero designarla como la canción de mis (primeros) 40 años.
Tonight I’m gonna have myself a real good time
I feel alive
And the world, I’ll turn it inside out, yeah!
And floating around in ecstasy
So, don’t stop me now.
Don’t stop me, ‘cause I’m having a good time having a good time.
Don’t stop me now es una de esas canciones-navaja-suiza que contiene tantos trucos, giros y sorpresas que es imposible olvidarla. Para mí, cada verso, cada transición, casi cada acorde es una librería, un repertorio vivísimo de sensaciones y momentos, buenos y malos –llámame maniqueo-, que he vivido durante los últimos 25 años.
Recuerdo pasear con mi walkman, escuchándola, por Covent Garden con 15 años. Caerme de un telesilla en un viaje de esquí con mi clase en el 93, porque se me engancharon los auriculares con los bastones. La primera vez que me asomé al mirador de Victoria’s peak en Hong Kong en 2007. La vuelta a mi habitación tras el primer examen en ESADE en el 95. La primera vez que fui a Valencia a ver a Gemma en 2002. Los ronroneos de Gatirrín, que murió hace ya diez años y todavía la recuerdo casi a diario. El estudio de la casa de mis padres en Alcoy, donde intenté transcribir la letra por primera vez. Una barbacoa en casa de un amigo en Barcelona hace 4 años donde la toqué mientras unas 20 personas la cantaban, y mi sorpresa al descubrir que hubiese tanta gente en el mundo que conocía la letra entera de memoria.
Recuerdo ponerla una y otra vez en el coche camino de mis primeros Sanfermines en el año 2000. Llegar a casa destrozado tras una juerga monumental y no poder sacármela de la cabeza. SMS que no quería enviar y acabé enviando mientras sonaba desde un CD rayado. Llamadas que tenía que haber hecho y nunca hice, porque no quería que nadie me parase. Tardar casi una hora en descargarla a través de Napster un martes a las 2 de la mañana desde casa de un amigo, porque NECESITABA escucharla. La primera vez que la escuché en vinilo cuando Gemma me regaló el álbum Jazz en 2013.
En resumen, recuerdo miles de momentos de éxtasis absoluto, gritándola, cantándola, tocándola o, simplemente, escuchándola con la piel de gallina, mientras me juro, una y mil veces, que nadie me va a parar, que nadie va a poder impedir que cumpla mis objetivos y que ése, igual que éste, es mi momento y no me lo van a poder arrebatar tan fácilmente.
Aunque mi vida haya estado repleta hasta los topes de música, Don’t stop me now es la banda sonora que me permite revivirla en alta definición. La he estado reservando para un momento especial y, por fin, siento que ese momento ha llegado.
Hoy -ahora- tengo 39 años y 364 días. Mañana cumpliré los 40 y volveré a reproducir Don’t stop me now en mi tocadiscos con el mismo pieldegallinismo que me ha acompañado desde la primera vez que la escuché, caminando solo con mi walkman hace 25 años.
Volveré a sentirme libre y capaz de cualquier cosa y me juraré a mí mismo, una vez más, que nadie podrá evitar que siga disfrutando de este viaje hasta que la voz desgarrada de Freddie Mercury me dé la despedida -y, quién sabe, quizá también la bienvenida- espero que dentro de muchos años.
Ojalá que tú también tengas una canción que te haga sentir así. Y, por Dios, que nadie te pare, sobre todo si te lo estás pasando tan bien como me lo estoy pasando yo.
¡Feliz 20 de julio!