Con el mes de junio llega el calor, el cuarenta de mayo, el verano y, por supuesto, los exámenes.
He de confesar que siempre he practicado el estudio de supervivencia, que no es exactamente lo mismo que hacen los seguidores de la ley del mínimo esfuerzo: yo hacía lo posible para compatibilizar los exámenes con las mil cosas que tenía en la cabeza -sobre todo con la tuna y los viajes-, mientras que los que practican la ley del mínimo esfuerzo, normalmente aplican esta regla al resto de actividades de su vida. O no. Pero el hecho es que recuerdo hacer desarrollado algunas habilidades que, en determinados casos, llegaban a asimilarse a super poderes estudiantiles, modestamente.
Estaría feo en estos momentos explicar trucos de supervivencia en época de exámenes, sobre todo porque sé que algunos de mis alumnos de éste y otros cursos suelen pasarse por aquí y no es plan de causar una mala impresión justo en estos momentos. También por este motivo no incluiré en este post algunas de las respuestas que me han fascinado de los exámenes que ya casi he corregido; prefiero esperar hasta que las actas sean definitivas, no sea cosa que en la revisión tenga que tragarme algún comentario fuera de tono…
Eso sí, ahora que, pese a haber hecho mi último examen en 2000, los estudios me persiguen, vía Gemmurrín y la EPSA, siento una cierta morriña por aquellos momentos, en los que se alternaban nervios, frustraciones, satisfacciones y grandes desahogos pre, post y mediando los exámenes; de partidos de fútbol a las 24:00; de salir corriendo del despacho después de presentar la primera apelación -firmada por tu jefe- para llegar a tiempo al examen de procesal civil; de viajes imposibles de tuna hasta la noche de antes del examen; de aguantar llamadas de amigas llorosas a las 3:00 de la mañana , que sabes que van a sacar una matrícula al día siguiente; de cervelas, bratwurst y otras cenas de gordos en el Frankfurt Pedralbes; de whiskies sin hielo en la terraza para celebrar que un amigo se ha tirado un pedo tan gordo en un examen que se ha levantado y se ha ido entre las carcajadas del resto de compañeros o de noches largas, casi interminables tocando la guitarra a oscuras.
Son épocas especiales, intensas y que envejecen bien con los años, sobre todo en el recuerdo. Ahora bien, lo mejor y lo peor de los exámenes es que antes o después se acaban, así que, los que podáis, disfrutadlos.
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