Canción del domingo: I’m my own grandpa (v. Dennis Warner)

Último domingo del quinto mes de la segunda década del siglo XXI. 30 de mayo de 2010, que se dice rápido, inténtalo y verás. Yo, que hablo como si estuviese huyendo de la gestapo mientras mastico polvorones, puedo decirlo en poco más de un segundo. De acuerdo, esto no es ningún mérito. Sigamos.

Esta semana no se ha caracterizado, precisamente, por sus noticias alegres. El lunes mi madre tuvo un accidente de coche espeluznante del que salió ilesa por alguna extraña -y afortunada- conjunción de astros, la bolsa sigue cayendo a plomo y los funcionarios y pensionistas son un poco más pobres. Bueno, lo de los funcionarios no es una mala noticia; casi todos los que trabajamos para nosotros ya hace meses o años que cobramos mucho menos que antes y si hay que apretarse el cinturón, habrá que hacerlo empezando por los que, contra toda lógica económica y democrática, tienen el puesto asegurado.

Una de las pocas noticias positivas de la semana fue la intervención de Duran i Lleida, posiblemente el único político de raza que tenemos en este país -y no entremos ahora en cuestiones semánticas-, previa a la votación del decretazo, toda una lección de responsabilidad política y de quid pro quo: me abstengo para que no nos intervengan, como a Grecia, pero haga el favor de largarse de una vez, porque su etapa se ha acabado. Una intervención como ésta merece pasar a los libros de la historia política de nuestro país, aunque aquí la política no es tal, sino que se limita, la mayoría de las veces, a un “no sin mi escaño“. Yo lo entiendo. ZP no quiere irse así, porque sabe que pasaría a la historia como el presidente que cayó por ciego y burro, por no ser capaz de reconocer la crisis y que, al reconocerla, improvisó y siguió metiendo la pata hasta que le echaron del poder al que se había aferrado como Locke a su mochila. La historia no es justa, pero ZP y su cuadrilla nos están faltando al respeto de una forma que no se puede tolerar más. Olé por Duran i Lleida. Aunque suene a oxímoron, ojalá Unió Democràtica de Catalunya gobernase España. Y lo vamos a dejar aquí.

Pero la noticia de la semana, sin lugar a dudas, ha sido el final de Lost (perdidos), que pudimos seguir en España en riguroso directo, incluso antes que algunas ciudades en EEUU. Por lo visto esto es un lujo, aunque parezca lo más normal del mundo. Así vamos.

Tras un año de locura, en el que me he tragado las casi seis temporadas completas de dos en dos episodios, llegué justo a tiempo, como hay que llegar, a ver el último episodio al mismo tiempo que el resto de la humanidad; fue el primer episodio que veía en directo, y fue en directo de verdad. Lo reconozco, soy uno de esos chiflados que se levantó el lunes a las 06:00 para seguir con el alma en vilo los últimos minutos de la única serie que ha conseguido engancharme en toda mi vida, además de Bola de Drac (Dragon Ball), pero entonces tenía 10 años y la serie era el complemento perfecto para la nocilla.

Para mí lost es un experimento, una nueva forma de hacer algo que se viene haciendo desde hace décadas, algo parecido a lo que, en su día, supuso “It” de Stephen King para las novelas de terror psicológico. He disfrutado todos y cada uno de los episodios como si fuese el primero, a veces sin entender nada, otras creyendo entender mucho más de lo que realmente había detrás. Tras los dos últimos dos episodios, muchos fans han clamado al cielo, desesperados, rajando como políticos taiwaneses de los guionistas de la serie, esos guionistas que les han proporcionado centenares de horas de placer, porque quedan flecos abiertos, porque el final es obvio o porque no lo es, no importa, La cuestión es quejarse.

Sin embargo, los dos últimos capítulos de lost han hecho que la serie no sólo alcance la categoría de hito y de mito en la historia de la televisión, sino que la ha convertido en inmortal. Lost no acabará nunca, porque perdurará en la memoria, en los subconscientes y la cultura popular, gracias a todo lo que no se dice, no gracias a las tramas que han quedado resueltas. Millones de personas discutirán el final durante meses en cenas tumultuosas yen  foros de internet. Por eso lost es tan grande, porque es de todos y de nadie al mismo tiempo.

Sin embargo, es bien cierto que una buena parte de la serie es una auténtica locura: los saltos en el tiempo, mezclados con flashbacks, fantasmas, deja vus y situacion propias del mejor realismo mágico, hacen que nunca estemos seguros de qué está pasando exactamente, aunque muchas veces todo es mucho más sencillo de lo que parece. Por eso, la canción del domingo es una historia absurda pero sencilla: I’m my own grandpa, en una versión en directo de Dennis Warner.

My little baby then became a brother-in-law to Dad
And so became my uncle, though it made me very sad
For if he was my uncle, then that also made him br’ther
Of the widow’s grown-up daughter who was also my stepmother

I’m my own grandpa” es una de esa canciones fáciles y divertidas del country de los años 40, compuesta por Dwight Latham y Moe Jaffe e interpretada por primera vez por Lonzo and Oscar, en 1947, que no hubiese tenido más trascendencia si no fuese porque su historia enrevesada ha llegado a nuestros días a través de múltiples versiones (aquí una de los muppets) e, incluso, de varias películas, una de las más conocidas “The Stupids“.

La historia trata sobre un tipo que se casó con un viuda que tenía una hija pelirroja que, por cosas del destino, acabó casándose con el padre de él.  Cuando su padre tuvo un hijo con su hijastra, ese niño fue, a la vez, su hermano y su nieto, lo que significaba que estaba casado con su abuela, por lo que, al final, se había convertido en su abuelo.

Esta cancioncilla, que explica cómo, rápida y fácilmente, uno puede convertirse en su propio abuelo, es el mejor homenaje que se me ocurre para conmemorar el final de lost, una serie que ha conseguido engancharme, emocionarme y hacerme soñar. En palabras del padre de Jack, ahora es momento de dejarla ir y ver cómo, poco a poco, su presencia se diluye en la vorágine del tiempo, el ruido y el día a día, mientras que su esencia perdura para siempre en los que la hemos disfrutado hasta el último segundo.

¡Que tengáis un feliz domingo!

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