Primer domingo del noveno mes de la segunda década del siglo XXI. 5 de septiembre de 2010. Los niños ya están en clase, los padres en el tajo y lo que apenas hemos tenido vacaciones, pues eso, seguimos a lo nuestro, pero seguimos en verano, que nadie salga corriendo aún.
Septiembre es uno de mis meses favoritos desde que tengo uso de razón; el clima es cojonudo y parece que, de repente, todo vuelve a ponerse en marcha: las empresas, los servicios públicos (es vergonzoso que los juzgados civiles y de lo mercantil cierren todo el mes de agosto con el colapso que sufre nuestra administración de justicia) e, incluso, los pubs de las zonas de interior, como es el caso de Alcoy, mi ciudad.
Cuando cargaba con unas décadas menos en el lomo y vivía en Alcoy, el mes de agosto equivalía a un éxodo masivo, casi una deportación de un increíble porcentaje de la población, que convertía a la ciudad en un vegetal desde finales de junio hasta mediados de septiembre. En muchos casos, la gente aprovechaba este período para solazarse en la playa (en especial en Denia, Jávea, Campello y Benidorm, auténticos campos de refugiados alcoyanos durante el verano); sin embargo, por un motivo que nunca he acertado a comprender, centenares, quizá miles de alcoyanos han elegido durante años como lugar de veraneo la Plana de Muro, una extensión de terreno árido y extremedamente caluroso, de tamaño indeterminado, que podría localizarse en algún recóndito lugar del Sahara, pero que por azares del destino, acabó asentándose entre las localidades de Muro y Cocentaina.
Otra particularidad de la Plana de Muro es que está rodeada de “casitas“, el término utilizado en Alcoy para denominar a los chalets unifamiliares con jardín y piscina de 2/4 alturas y parcelas de unos cuantos miles de metros. No es broma. Si alguna vez un alcoyano te habla de su casita, no creas que se trata de un estudio con cocina americana. La semántica, a veces, mata.
Nunca he entendido por qué alguien querría pasar el verano en la Plana de Muro; yo pasé allí muchos veranos cuando apenas tenía uso de razón y lo cierto es que me divertía, pero mis padres, mis tios y mis abuelos se pasaban el día quejándose del tráfico, del calor y de mil cosas más. Aun así, recuerdo con cariño muchos momentos vividos en la casita de mis abuelos.
Como decía, septiembre es un mes de regeneración; a mí me gusta trabajar, y me encanta mi trabajo, así que volver a empezar es casi un regalo, más que un castigo. Siempre he pensado que el síndrome postvacacional es una falacia, una excusa más que utilizan los funcionarios y los empleados por cuenta ajena para escaquearse unos cuantos días más del trabajo y regocijarse en sus miserias. Allá ellos. A mí me gusta septiembre, y por eso la canción del domingo es, precisamente, Septiembre, de los Enemigos.
Septiembre, yo no voy a estar, Septiembre.
Septiembre, no pienso vendimiar
Los Enemigos fue uno de los grupos más emblemáticos del rock español de los 80 y 90, y se separó en 2002, cuando su líder, Josele Santiago, emprendió su carrera en solitario. Septiembre, pese a no ser una canción demasiado alegre -trata de un tipo que está a punto de suicidarse colgándose de una soga-, es uno de sus grandes éxitos y está considerada una de las mejores canciones del rock español de finales del siglo XX. La versión que propongo es la de la gira de despedida de los Enemigos, en concreto de la actuación en la mítica sala Razzmatazz de Barcelona el 2 de marzo de 2002.
Si estás de vuelta en el tajo, tienes una suerte increíble, así que deja de lamentarte y piensa en todo lo que vas a poder hacer durante los próximos meses; estamos en un momento de grandísimas oportunidades, no las desperdicies quejándote y llorando como una nena. Si eres funcionario y tu vida profesional es tan aburrida como la de la mayoría de los de tu especie, simplemente te transmito mis condolencias.
¡Que pases un feliz domingo!
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