Quinto domingo del cuarto mes del decimoctavo año de la segunda década del siglo XXI. 30 de abril de 2017, para más señas. Hoy por fin sale el sol, chipirón, después de unos días de mierda. Venga, que llegue ya el verano. O no, que todavía tengo que hacer muchas cosas antes de que apriete el calor.
Éste es mi primer post de 2017. Vaya año, amigos. No sólo he perdido la inspiración necesaria para volver por aquí y escribir algo de vez en cuando, sino que también -sobre todo- he perdido, por motivos distintos, a varias personas que significaban mucho para mí. Algunas simplemente han decidido irse, otras se han visto obligadas a hacerlo y, en general, ahora mi vida es un poco peor de lo que era hace unos meses en algunos aspectos y mucho mejor en otros. That’s life, that’s what all the people say.
Me gusta pensar que la vida está compuesta por pequeños fragmentos o rachas de buena y mala suerte y que hay un orden o una razón para todo ello. Me gusta pensarlo porque no me lo creo ni aunque me estruje las meninges. Me parece mucho más razonable entender la vida como una sucesión de eventos azarosos en los que participamos de una forma mucho menos causal y mucho más casual de lo que nos atrevemos a reconocer, sobre todo cuando nos van bien las cosas.
No me entendáis mal, si creyese que lo mucho o poco que he conseguido en la vida se debe a la intervención de fuerzas o seres sobrenaturales que, por algún motivo sin sentido, han decidido conjurarse para que logre mis objetivos, pasaría todo el día dando gracias y esforzándome por mantener su apoyo. Pero no creo en eso y prefiero pensar que he tenido suerte en algunos momentos y mala suerte en otros, a pesar de haber invertido esfuerzos y recursos ingentes en ambos.
Los malos momentos pasan, igual que los buenos. Por eso, hay que saber cosechar y recolectar en los buenos momentos, para sobrevivir con dignidad en los malos tiempos, que llegarán, no lo dudes. Ya sabes, la cigarra y la hormiga y todas esas mierdas. Este principio aplica a casi todos los contextos de tu vida que puedas imaginar: el amor, el trabajo, los amigos, incluso el juego y el sexo. De hecho, suele decirse que el sexo es como el mus: si no tienes una buena pareja, es mejor que tengas una buena mano. Zasca destino, funesto hado. Que te folle un pez.
Yo soy más de salir a cazar que de sentarme esperando a los frutos. Me canso. Me aburro. Aparecen otras distracciones y salgo corriendo detrás de ellas. Procrastino. Me quejo e intento cambiarlo TODO constantemente. Tengo cambios bipolares de humor que me hacen ser impredecible la mayor parte del tiempo. No soy la mejor persona del mundo, como ya sabes.
Cuando tienes esta forma tan jodida de ser, la vida pasa muy rápido y a veces te dejas cosas o personas por el camino -pijamas, kindles, bufandas y buenos amigos- o te encuentras en callejones sin salida por no haber sabido leer las señales a tiempo. Otras veces, simplemente, la gente se cansa de aguantar esa incomprensible telaraña de frustración permanente, tejida sobre carreras sin objetivo y pedacitos amontonados de buenas -y malas- ideas sin desarrollar.
¿Por qué os cuento todo esto? Porque mi única disculpa mental para tanto frenesí es pensar que, como escribió Machado y cantó Serrat, todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar. Como decía antes, durante estos últimos 4 meses, me ha pasado de todo, he pisado tanatorios mucho más de lo que hubiese querido y estoy teniendo que despedirme de personas importantes a las que hubiese preferido tener a mi lado hasta el fin de mis días. Hace unas semanas le dije a mi hermano “estoy viniendo al cementerio demasiado últimamente” y él me respondió “no importa, mientras no sea para quedarte”.
Ésa es la actitud. Todo pasa. Créeme.
Tras unos meses complicados, empiezo a ver las cosas más claras. Vuelvo a tener planes de caza. He conseguido germinar unas cuantas semillas que me van a venir fetén dentro de unos meses. Voy a por todas, con más fuerza que nunca, porque la energía necesaria para hacer las cosas que quieres hacer no se gasta, se acumula cuando las circunstancias son adversas.
Por eso, y por otros motivos, la canción del domingo 30 de abril de 2017 -y de todo mi año 2016- es los males pasajeros, de Love of Lesbian.
“Lo que más me asusta es que no puedo retener ningún momento, ni poder rebobinar.
Luego, encima, me disperso y dejo versos inconexos descansar en la cocina semiaguados
y, en el Turmix, un deseo que se me ha ido por completo de las manos.
Dale a tus males pasajeros un billete sólo de ida
y así se irán, huirán, fluirán… Sí, caerán.
La vida es más fácil si andas despacio, ¿no ves que nadie llega al fin?
Que fuera epitafio del hombre más sabio un “yo sólo pasé por aquí”
He escuchado esta canción hasta la extenuación durante todo 2016 y la había aparcado durante un tiempo, como hay que hacer con estas cosas, hasta que me reencontré con ella en un viaje en coche a Granada el pasado jueves.
Para viajes, el que nos proponen los lesbianos, con Santi Balmes una vez más a la cabeza. Cómo introducen instrumentos mientras despliegan las bases conceptuales de lo que nos quieren explicar. Cómo vuelven a desaparecer y cómo crece todo cuando nos revelan lo que querían decirnos desde el principio. Cómo nos hablan del paso tiempo y nuestra condición de peleles efímeros, mecidos al viento de males que acabarán desapareciendo. Cómo, al final, se dan la vuelta y se alejan tarareando, como si aquí no hubiese pasado nada. Joder, cómo me gusta esta canción.
Los males pasajeros es el epítome, la cumbre, un ejemplo casi demasiado obvio y desnudo de lo que pasa cuando la música persigue a la letra, a veces de forma desesperada, sin llegar a rozarla, hasta que ambas se funden cuando, cansada de liderar, la voz se dedica simplemente a tararear, despreocupadamente. La victoria del verso sobre el ritmo y la cadencia. La libertad frenética de las palabras frente a la prisión del pentagrama. Un gustazo cada vez que descubres nuevos guiños, a pesar de haberla escuchado un millón de veces con un volumen brutal. Porque para disfrutar Los males pasajeros tienes que haberla escuchado mucho, deteniéndola a veces porque no te puedes creer lo que acabas de descubrir.
Love of Lesbian no son unos recién llegados a este blog, que es el suyo, joven. Ya aparecieron por aquí en 2010, cuando su “Club de Fans de John Boy” fue canción del domingo. No soy un fan irredento y perseguidor del grupo, pero de vez en cuando me reengancho y no puedo dejar de escucharles durante unas semanas. Ahora estoy en esa fase, así que no descartéis que pronto vuelvan a protagonizar esta sección.
Sin más, os dejo con los lesbianos y os deseo que vuestros males sean pasajeros muy efímeros de vuestro gran viaje. Que tengáis un gran domingo.
PD: Aquí tenéis mi sempiterna lista con -casi- todas las canciones del domingo hasta la fecha
Un amigo en Colombia me recomendó escuchar Love of Lesbian. Siendo adolescente escuché a Los Ilegales, Toreros Muertos, Héroes del Silencio y alguna otra banda española. El género de los lesbianos no cuadra dentro de las bandas antes mencionadas. ¡Pero que buena es la letra de sus canciones! Y cuan necesaria es en estos tiempos de mediocridad reggetonera. O quizá sea una coincidencia que a mi edad y con todo lo vivido haya aparecido su música.