Grandes consolas

Me confieso, el geekismo va conmigo. Siempre me han gustado esas cosas llenas de cables y luces que no sabes cómo demonios funcionan y que, pese a pretender justamente lo contrario, acaban haciendo nuestra vida mucho más difícil de lo que era antes.
Yo perdí la virginidad con un MSX y, casi simultáneamente, con una Phillips Videopac. En aquel entonces, la diferencia entre un ordenador y una consola importaba poco porque, como podéis ver en las fotografías, los dos tenían teclado, los dos empleaban cartuchos y los dos servían casi exclusivamente para jugar -o al menos eso pensaba yo, porque lo del basic era aburridísimo-.

Recuerdo mis inicios con el MSX, cuando en lugar de cartucho cargábamos los juegos grabados en cintas con un radiocassette conectado al teclado, en el que se concentraba todo el equipo (estose lo cuento yo a mis primos pequeños y se creen que les estoy tomando el pelo). Corrían rumores de que algunos juegos se cargaban mejor con más volumen, otros con menos… De hecho, hubo dos juegos que sólo conseguí cargar una vez, y puedo jurar que lo intenté más de trescientas veces en cada caso: Abu Simbel y Howard the Duck.

Poco después llegó la Master Sistem, y fue una auténtica locura. Llegué a tener más de cincuenta cartuchos y casi todos los accesorios (incluida la clásica Laser Phazer, con la que no había forma de apuntar dentro de la pantalla, y es que antes no existían las pantallas de plasma). Fue una de las primeras consolas que tuvo distintas versiones (incluso una muy curiosa, la Master System Girl, diseñada para chicas ¿?) y permitía cargar juegos en cartucho y una especie de tarjetas planas. Recuerdo que un día descubrí al juego precargado de un caracol que tenía que atravesar un laberinto y me pareció algo casi increible.

El tiempo fue pasando y llegaron los 16 bits. Yo era muy de SEGA, frente a mis amigos los marios, por lo que me decidí por la Megadrive. Eso sí que era potencia. Contínuamente me peleaba con mis amigos porque, aunque la Super Nintendo era claramente superior, de vez en cuando salía algún juego para la MegaDrive que parecía algo mejor que la versión Nintendera. ¡Qué años aquéllos! Que si tu consola no tiene estos efectos por hardware, que si ahora han sacado un cartucho con 24 megas (aquéllo era una locura), que si Ryu en mi versión de Street Fighter II tiene dos frames más al hacer el Shoryuken.

De aquella época un buen amigo guarda el recuerdo de un niño de diez años que se le acercó, cigarro en mano y le retó en mitad de una partida de Street Fighter en un salón recreativo; ante la paliza que le estaba metiendo, se le quedó mirando muy serio y prácticamente le escupió en la cara “como me vuelvas a tocar, te voy a meter como en las maquinitas”.

Después de la megadrive, vino el Mega CD e, incluso, el 32X con el que se incrementaba la potencia de la máquina para emular -presuntamente- lo que más tarde sería la sega saturn. Recuerdo emocionado la primera vez que jugué al Virtua Fighter con el 32X; los gráficos poligonales que utilizaban para emular la sensación de lucha en tres dimensiones hoy resultarían cómicos.

Las últimas dos consolas que adquirí fueron una sega dreamcast -una auténtica maravilla, y la primera que permitía de verdad el modo multijugador a través de Internet – y una game boy advance, con la que nunca me acostumbré a jugar al carecer de retroiluminación.

Lo cierto es que cuando recuerdo estas consolas que han pasado por mis manos -y muchas otras que no he mencionado, como una lynx que en su día podía haber sido una verdadera revolución, una game gear, una game boy color o una nintendo gamecube, que me proporcionó cientos de horas de diversión en el mundo de zelda- me embarga una cierta sensación de nostalgia.

Desde hace años sólo utilizo mi ordenador para jugar algunas partidas al AOE o cualquier otro juego de estrategia, y la PS2 de mi hermano para echar alguna que otra partida al Pro Evolution Soccer, pero recuerdo la ilusión de entrar en una tienda y elegir un cartucho (eso no había Cristo que lo copiase), la emoción de tenerlo en las manos y leer mil veces las instrucciones hasta que podías finalmente probarlo, y el reto de enfrentarte a ti mismo y tus amigos una y otra vez, hasta que llegaba un nuevo juego que relegaba al anterior al banquillo de la estantería.

En la actualidad los formatos permanecen durante más tiempo y muchos juegos se desarrollan para distintas plataformas, por lo que la competitividad, estando presente, ha perdido muchos enteros. No estoy seguro, pero tengo la impresión de que ya no existen bloques enfrentados de seguidores de distintas plataformas compitiendo por demostrar que sus máquinas son las más potentes (algo que sí que sucede con los ordenadores). Por lo que he podido comprobar, se limita todo a una cuestión de pura elección, sin más. Y es que estamos ante un mercado muy maduro, perfectamente estudiado y parametrizado, y no en un mercado en pañales y plena ebullición, como hace quince o veinte años.

Cuando cuento estas anécdotas, me siento como el abuelo de Heidi, pese no haber llegado aún a los treinta. ¿Quién sabe con qué jugarán mis nietos, si algún día los tengo? Al menos espero que, si llegan a leer este post, no me tomen por un neanderthal.

Ojalá SEGA siguiera fabricando consolas para que pudiera seguir discutiendo con mis casi senectos amigos…

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