Ayer pude asisitir en compañía de Gemmurrín, Jorge, Marta, Mauro, Alfonso y Majo a un grandísimo concierto que el Sr. Mostaza, un clásico de esta sección, ofreció en la sala Wah-Wah de Valencia, en compañía de Rebeca Jiménez.
Sin embargo, aunque el cuerpo me pide volver a traer a la banda de Luis, Paco, Boli y Edu a la canción del domingo, he decidido mantener mi compromiso con mi amigo Simón, quien me sugirió este grandísimo himno de Jacques Brel.
Ne me quitte pas (no me dejes, en castellano) ha sido elegida recientemente por un nutrido grupo de músicos hispanoamericanos como la mejor canción, aquélla que les cambió la vida. Y no es para menos. Se trata de un canto desesperado, visceral, hondísimo, de una declaración de amor de último segundo, llena de angustia, de sufrimiento. Es una canción que nadie querríamos tener que llegar a cantar, preñada de promesas y anhelos que pretenden evitar en el descuento lo que el autor no ha conseguido durante el partido: retener a la persona amada.
La interpretación de Brel de esta canción es, simplemente, irrepetible. No sólo por el sudor, por la voz desgarrada, por los silencios y los quejidos sordos, sino por tantas cosas que parece decir y que no dice y por todo lo que dice con un convencimiento profundo y doloroso.
Este domingo se ha levantado oscuro, quejumbroso y tan poco halagüeño que ni siquiera el recuerdo del magnífico concierto de ayer bastan para levantar el ánimo contra los propios deseos, así que os dejo con Jacques Brel en su gran momento y os deseo que paséis, como siempre, un grandísimo domingo.
Ya sabéis: Ne me quittez pas!!!!
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