Tercer domingo del décimo mes del vigesimotercer año del siglo XXI. 16 de octubre de 2022. Ayer, celebramos el cumpleaños de Lola por segundo día consecutivo y tenemos la casa como si nos hubiésemos pasado la noche intentando cazar un cerdo embadurnado de hollín. Como debe ser, vamos.
Desde hace unos días, estoy leyendo “A propósito de nada”, la biografía de Allan Konigsberg, AKA Woody Allen, una de las personalidades más deslumbrantes del mundo de la cultura del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. Allen comenzó su carrera como escritor de chistes y gags para programas de humor y variedades en la prensa, la radio y la televisión estadounidense, ha conseguido óscars como director y guionista, ha sido amigo de personajes como Groucho Marx o Max von Sidow, y todavía hoy gira por todo el mundo con su banda de jazz, en la que toca el clarinete.
No voy a intentar glosar la carrera artística de Allen, porque es inabarcable; de hecho, ni siquiera él ha conseguido resumir de forma digna en sus memorias sus casi 70 años de trayectoria, pese a ser un texto francamente divertido.
Lo que me interesa hoy de Woody Allen, y el motivo por el que he contado con él en esta canción del domingo, es por su afición al Jazz y su carrera como clarinetista; él mismo afirma avergonzarse de su falta de talento y por el éxito que ha tenido con su banda, que atribuye a su trayectoria como director de cine, más que a sus limitadas habilidades como intérprete.
Sin embargo, el principal mérito musical de Woody Allen, no es su virtuosismo, sobre el que podríamos discutir, sino haber conseguido acercar el Jazz al gran público, convirtiendo este género en una parte esencial de su estilo cinematográfico, hasta el punto de que si, hoy en día, ves una película ambientada en Nueva York, protagonizada por un judío menudo y neurótico, en la que suena música de jazz, sabes que es de Woody Allen o de alguien que está intentando copiarle.
Lo más divertido de sus memorias, además de conocer algunas interioridades de los rodajes, de sus relaciones personales y de su particular trayectoria, está siendo revisitar muchas de sus obras. La última que he visto es “Midnight in Paris” (2011), nominada en su día al óscar a la mejor película (que consiguió the Artist, argh) y ganadora del premio al mejor guión original, uno de los tres que ha conseguido Allen.
Repasando la lista de las 139 canciones del domingo que han aparecido por aquí hasta ahora, me he dado cuenta de que tengo una cuenta pendiente con el Jazz, un género que me fascina como oyente y me aterroriza como intérprete. Entiendo que Woody Allen sienta que su capacidad no es proporcional a su fama como clarinetista, porque los grandes tótems del jazz de los que bebe son seres provistos de un talento descomunal, entre ellos Sidney Bechet, precisamente el autor de Si tu vois ma mère, la canción con la que Allen abre Midnight in Paris y que hace que quieras dejarlo todo inmediatamente y salir volando hacia la capital francesa (spoiler: no está mal, pero no es para tanto).
Aquí la tienes.
Si tu vois ma mère se ha convertido en uno de los estándares del jazz internacional y cuenta con tantas versiones como bandas, cuartetos, quintetos y orquestas han existido, desde su grabación en 1952.
Sidney Bechet fue un reconocido saxofonista y clarinetista de jazz estadounidense de principios del siglo XX (nació en 1897), que pasó sus últimos años en París, donde compuso y grabó varios temas muy reconocibles con los exponentes del género en Francia de mediados de siglo, como Claude Luter, André Réwéliotty y sus respectivas orquestas. La grabación utilizada por Woody Allen en Midnight in Paris corresponde, precisamente a la que hizo la orquesta de Claude Luter.
Si tu vois ta mere es un tema melancólico, con una estructura sencilla, un tema principal que se repite con ligeras variaciones y una extraordinaria capacidad evocadora. A mí me recuerda a desayunos en Berlín, noches en Helsinki y a aviones despegando desde casi cualquier lugar del mundo entre la niebla. Y aún así, sigo incluyéndola en la mayoría de las listas que preparo entre septiembre y marzo.
Woody Allen, ese grandísimo genio que ha pasado más de cincuenta años creando obras maestras y peliculillas pasables sin importarle la crítica o la taquilla, es un magnífico ejemplo de cómo puede uno complicarse la vida por no ser capaz de leer las señales a tiempo.
Su relación con Mia Farrow, esa tronadísima hija de Maureen O’Sullivan, le ha provocado el descrédito de una parte enorme de la industria y del público, que ha aprovechado las acusaciones de Farrow para tratar de enterrarlo en vida. Si todavía pensáis que Allen es un pederasta o un depredador sexual que se casó con su propia hija, os animo de verdad a que leáis “A propósito de nada” y luego opinéis con fundamento.
Y sin más, os dejo para que podáis aprovechar lo que todavía queda de domingo y de fin de semana. ¡Disfrutadlo!
(PD) Como siempre, os recuerdo que podéis apuntaros a lista y os avisaré cuando publique mi próximo post: http://eepurl.com/h-O2lf
(PD2) Aquí tenéis todas las canciones del domingo, ordenadas por orden inverso de antigüedad
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