¿Por qué nos cuesta tanto tomar decisiones, cambiar nuestras rutinas o arrancar nuevos proyectos personales?
El mundo se divide en dos tipos de personas: los que viven bien en la rutina y los que huyen despavoridos de ella. Vale, esto es una chorrada; da igual cómo seas, antes o después vas a verte obligado a cambiar aspectos importantes de tu vida, porque escapan a tu capacidad de control.
Imagínate que tu empresa se hunde, poco a poco o de un día para otro. O que un día te levantas y tu pareja te ha dado puerta, un familiar ha fallecido o, qué se yo, el restaurante en el que llevas comiendo todos los viernes del año con un amigo ha decidido cerrar y, en su lugar, están montando un lupanar camuflado como un local de manicura china.
A veces no decidimos los cambios, pero siempre -SIEMPRE- somos los únicos responsables de gestionarlos, así que más te vale hacer las cosas bien o, al menos, no caer en la insensatez de dejarlo todo en manos del destino, de la energía, del karma, de Dios o de cualquier otra memez woke que se ponga de moda en un momento dado.
Mi amigo Jaume Ferre era un hombre sabio que tenía muchas cosas increíbles, entre las que voy a destacar dos: un e-mail con el usuario fastfat (me encantaba escribirle a esa dirección) y la manía de explicarno la teoría de la atracción, según la cual el universo conspira para conseguir lo que quieres.
Dediqué muchas horas a lo largo de los años a hablar sobre este tema con Jaume, así que estoy convencido de que, en el fondo, él no creía en estas movidas del universo y las energías, pero sí que defendía que si tú quieres conseguir algo y eres capaz de definirlo y planificarlo, sólo te falta lo más sencillo: hacerlo.
Ojo, que cumplir un plan, sobre todo cuando lo has diseñado tú solito, con tus limitaciones, tus sesgos y tu inmarcesible falta de perspectiva, no es nada sencillo. Eso sí, he visto a mucha más gente frustrarse, deprimirse o equivocarse por no tener un plan, un objetivo o una hoja de ruta, que por seguir un camino definido y adaptarlo cuando han venido mal dadas. Porque vendrán, no lo dudes, y será mejor que estés preparado para ese momento.
Ahora que tan de moda están los directores de producto y los directores de proyectos -aprendí la diferencia hace unos años gracias a mi amigo Txarly (gracias, colega)-, te propongo un reto: en lugar de dejar que vayan pasando cosas en tu vida, plantéatela como si fuera un conjunto de proyectos que tienes que definir, ordenar y ejecutar. Es muy probable que, de una forma inconsciente, ya estés actuando así, pero también lo es que no tengas definidos tus objetivos, tus planes y tus hitos de una forma consistente.
Para eso sirve la Planificación de Proyectos Personales, cuyas siglas (PPP) coinciden con otra que utilizo mucho: Parientes, Putas y Pobres, la cuenta imaginaria en la que cargábamos las horas trabajadas no facturables en EY antes de que el meteorito acabase con los dinosaurios.
Sin entrar en muchos detalles, yo tengo una vida bastante entretenida, que pivota alrededor de dos ciudades (Valencia y Barcelona), una hija, una chica con muchos rizos y más paciencia de la que cree, dos gatos, tres casas, un número incierto de empresas, un puñado de aficiones y unos pocos amigos y familiares distribuidos por todo el mundo. Viajo mucho más de lo que me gustaría y mucho menos de lo que debería y me gusta pensar que, pese a todo, soy feliz y tengo la suerte de hacer lo que me gusta, cuando quiero y con quien decido.
Obviamente, esto último es falso, pero ya sabéis que la ilusión de control es un sesgo necesario en algunas fases de la vida. Dadme un respiro, cabrones.
Para hacer todas las cosas que quiero o debo, suelo seguir una disciplina y una planificación razonablemente estricta; así, cuando llega un imprevisto -algo que sucede todos los días-, sé qué tengo que hacer para seguir cumpliendo mis objetivos, sin tener que pasar por la casilla de salida (ni por la cárcel, pero ésta es otra historia)
Mi planificación se basa en cinco puntos muy sencillos:

(1) ¿Qué quieres hacer?
Ésta es la base y el punto de partida para todo lo demás. Eones ha, mi amiga Maribel Jiménez, una coach increíble, creas o no creas en el coaching, me obligó a pensar y describir (en ese orden) con un grado de detalle enfermizo cómo iba a ser un miércoles cualquiera de mi vida, diez años más tarde.
Se trata de un ejercicio aterrador y muy útil, porque te obliga a hacer dos cosas:
- proyectarte en el futuro, pensando dónde, cómo y con quién (ojo) te gustaría estar muchos años después y
- analizar si tus circunstancias actuales son las que necesitas para alcanzar esa fotografía dentro de 10 años.
Cuando te planteas qué quieres hacer, no estás definiendo objetivos, eso llegará más tarde; en esta primera fase, simplemente pintas tu propio retrato, proyectado en el tiempo. El objetivo es que esa foto muestre tu mejor yo, en el que quieres convertirte y que refleje la persona que te gustaría ser si tuvieses el tiempo, los recursos y la preparación suficiente.
Quizá tengas hijos o vivas en otra calle, ciudad, país o continente. Es probable que tu trabajo haya experimentado cambios drásticos, que tengas otras aficiones, incluso es posible que te cueste reconocerte a ti mismo en esa proyección. Si es así, ¡enhorabuena! Eso significa que has identificado cosas en tu vida actual que no funcionan y que estás dispuesto a cambiarlas para convertirte en la persona que realmente quieres ser.
No te pongas límites todavía, ya llegarán. Tal y como está cableado nuestro cerebro, tendemos a sobrevalorar la capacidad de cambiar en el corto plazo y a infravalorarla a largo plazo. En diez años pueden pasar muchísimas cosas y, si no, que se lo digan a un consultor con un master en excel y un presupuesto pequeño.
Ok, ya te has visto dentro de diez años ¿qué hacemos ahora?
(2) Objetivos
Cuando haces una fotografía, estás capturando un fragmento de la realidad desde una perspectiva concreta. Cristalizas a unas personas y a unos objetos en un lugar determinado, en un momento determinado, pero no sabes cómo ni por qué han llegado allí. La segunda fase trata de responder a la pregunta ¿por qué? En la tercer fase abordaremos el cómo.
¿Por qué vives en esa casa? ¿Por qué has tenido o no uno o varios hijos? ¿Por qué tu trabajo, tu empresa, tu familia, tus aficiones han cambiado en este período? Vamos a ser optimistas y a pensar que todo esto ha pasado porque tú lo has decidido (de nuevo, el sesgo de ilusión de control), o al menos que responde a un plan preconcebido por ti.
Para llegar hasta allí, necesitas unos objetivos vitales lo más definidos posibles, porque la estrategia que vas a definir para cumplirlos dependerá de que sean claros, consistentes y no contradictorios entre sí.
Por ejemplo, es difícil que consigas un patrimonio descomunal si tus planes consisten en comer pipas debajo de un cerezo durante 10 años. Para ganar mucho dinero en ese período, tendrás que currar, aprender a invertir, elegir bien con quién haces el camino y tener un poco de suerte. Todavía no vamos a pensar cómo cumplir los objetivos, pero no seas canelo: si tus objetivos son incompatibles, vas a dedicar un montón de esfuerzos a una quimera. Y ya hemos perdido bastante tiempo en eso, ¿no crees?
Entonces ¿cómo defino mis objetivos? Yo qué sé, yo no me dedico a dar consejos a los demás, pero te puedo explicar cómo lo hago yo: intento ir de lo más general a lo más concreto.
Por poner un ejemplo, si un objetivo es tener una casa enorme en la playa, tengo que pensar que también he de tener unas circunstancias personales que me hayan permitido ganar ese dinero y el tiempo suficiente para disfrutarla, una pareja que no tenga pánico al mar y vivir en un sitio que me facilite viajar hasta allí con frecuencia. No es demasiado práctico tener una casa en Bali si trabajas a destajo en Albacete. Pero, eh, ¿quién soy yo para decir qué tienes que hacer con tu vida?
Otro ejemplo: si tu objetivo es tener un montón de hijos, lo más probable es que no tengas como objetivo también vivir cada año en un país distinto, conocer una pareja nueva cada seis meses (salvo que seas Elon Musk y te guste probar distintas combinaciones de genes) o vivir en una caravana al borde de un acantilado.
Ya me entiendes.
Así que, venga, dedícale un rato a esto. Piensa qué es lo que te gustaría hacer o conseguir y hasta ahora se te ha escapado porque ni siquiera te has planteado que sea posible, pero que, con una planificación adecuada y el tiempo necesario, podría estar a tu alcance.
Cuando me planteé este ejercicio, algunos de mis objetivos tenían que ver con mi estilo de vida, mis aficiones, la relación con mis amigos y familiares, mis fuentes de ingresos, esas cosas. Por ejemplo, me di cuenta de que quería tener hijos -te lo creas o no, nunca me lo había planteado seriamente- y probablemente gracias a eso hoy Lola anda correteando por aquí mientras escribo este post.
Objetivos concretos, consistentes y no contradictorios entre sí. ¿Lo tenemos claro?
Venga, seguimos.
(3) El PLAN y los hitos
Ahora sí. Una vez que tienes claro qué quieres conseguir y que te has marcado los objetivos necesarios para alcanzarlo, toca definir el plan.
En realidad, hacer planes es fácil. Consiste en dividir en trocitos tu objetivo y repartirlo a lo largo del tiempo. Por ejemplo: si quieres comprar una casa, tendrás elegir cómo va a ser, dónde estará, cuánto dinero quieres o puedes pagar, cómo vas a conseguir el dinero, decidir si vas a financiarla, si quieres reformarla o comprarla nueva, esas cosas.
Lo mismo aplica si quieres tocar el piano, hablar un nuevo idioma o pilotar un avión. En estos casos, el objetivo no es aprender a tocar el piano, ir a clases de esperanto o apuntarte a una escuela de vuelo; el objetivo es tocar, hablar y pilotar, así que buscar un profesor, una escuela o una academia, esforzarse y practicar lo suficiente para conseguir el nivel de conocimientos que buscas, es el plan.
Si individualizas un plan de acción para cada objetivo y estableces hitos concretos y alcanzables, hay pocas cosas que no puedas hacer. En Valencia aprendí un dicho que repito muchas veces: “a plazos, me compro el Miguelete”. Ok, si no eres Quasimodo no sé para qué demonios quieres un campanario de 51 metros de altura, pero tratándose de Valencia, lo más probable es que quien inventó el dicho estuviera pensando en quemarlo.
Aplicado a este contexto, el dicho significa que, dividiendo tus objetivos en pequeñas fracciones acometibles una tras otra, puedes conseguir casi cualquier cosa. Ojo, que el casi es importante.
No te olvides de los hitos o, en consultoriano, los entregables. Cada una de esas fases o metas volantes tiene que concluir con su propio objetivo, para que puedas evaluar en todo momento si estás avanzando y te estás acercando al objetivo final o, por el contrario, sigues tan lejos como al principio.
Tenemos la foto final, los objetivos para alcanzarla y el plan a seguir para conseguirlos. ¿Qué más necesitamos?
(4) Adaptación
Ahora viene lo más difícil: ir adaptando todo este sistema a tu realidad, a medida que tu vida sigue adelante.
La vida -la tuya, la mía, la de cualquiera- está repleta de sorpresas, por decirlo de una forma elegante. Algunas son descubrimientos maravillosos, otras son putadas descomunales. En una vida media, el volumen de sorpresas positivas y negativas tiende a compensarse, porque Dios aprieta pero no ahoga. En realidad, a quien habría que ahogar es al imbécil que inventó esta frase.
Puede que en tus planes iniciales contemplases circunstancias que no han llegado a producirse o puede que, de repente, se declare una guerra inesperada, despierte un volcán o se produzca una pandemia global que obligue a paralizar la economía y a encerrar a miles de millones de personas en sus casas durante meses o años. Vaya ejemplos más estúpidos, seguro que todo esto no te va a pasar, pero tú prepárate por si acaso.
El caso es que vas a tener que improvisar y adaptar tu plan a medida que pase el tiempo, si realmente quieres conseguir tus objetivos. Puede que algunos se adelanten y otros se atrasen y, en ese caso, tendrás que reajustarlos. No pasa nada, tienes toda la vida por delante. Y si no, tampoco pasa nada, porque no te vas a llevar nada al otro lado. Sobre todo, porque no existe.
Incluso puede pasar algo aún mejor: que te des cuenta de que ya no quieres cumplir alguno de tus objetivos porque el esfuerzo que requiere no te compensa o, simplemente, porque te ha dejado de motivar o no te hace feliz.
No te olvides nunca de que ésta es tu vida y que no tienes -ni vas a tener- otra. Por eso es tan importante elegir bien los objetivos a largo y por eso tienes que revisarlos constantemente para asegurarte de que sigues queriendo dedicar los mejores años de tu vida -sean los que sean- a conseguirlos.
Lo bueno de este esquema mental es que te permite ser absolutamente flexible. Puedes cambiar de opinión (en realidad, esto puedes hacerlo siempre que quieras), puedes renunciar, sustituir o modificar tus objetivos; incluso, puedes decidir no ponerte objetivos y seguir adelante con tu vida sin presión y sin esperar nada más que pasar un día tras otro.
En mi experiencia, vivir sin objetivos, sin pensar en lo que quieres de verdad y sin buscar la forma de conseguirlo, es empezar a morir poco a poco, pero también es muy probable que mi forma de pensar no se parezca a la tuya. El objetivo de este post no es convencerte de nada, sino proponerte un marco de acción en caso de que quieras mejorar la gestión y la conversión de tus objetivos personales.
(5) ¡Ejecuta!
Ya has pensado bastante, así que ¡mueve el culo de una vez!
Si sabes lo que quieres, te has marcado unos objetivos muy definidos, tienes un plan de acción concreto y estás dispuesto a adaptarlo a medida que las cosas se pongan feas, ¿qué es lo que te separa de vivir la vida que quieres?
Las excusas. Qué rabia me dan las excusas.
Isabel II, la recientemente fallecida reina de Inglaterra, tenía una máxima que todos deberíamos tatuarnos en algún sitio: “never complain, never explain”. Esta frase, atribuida a Disraeli, condensa muy bien una forma de pensar enfocada a la consecución de objetivos.
Además, este planteamiento tiene un efecto inmediato en la gente de tu entorno: cuesta horrores no quejarse y no justificarse, así que, al hacer este esfuerzo, tendrás muy poca paciencia cuando el resto del mundo trate de quejarse o de justificarse. Si les trasladas tu malestar y tienen dos dedos de frente, dejarán a su vez de hacerlo y así, poco a poco, contribuirás a crear un mundo libre de plañideras, algo que todos los demás te agradeceremos.
No estoy sugiriendo que te conviertas al estoicismo, tan de moda ahora, ni que te vuelvas imperturbable, que vivas en una ataraxia permanente, que no sientas, que te transformes en una máquina insensible de hacer cosas aleatorias para el resto de seres humanos. Haz lo que te dé la gana, pero haz algo, por Dios. Quejarse o justificarse no entra dentro de la categoría de “hacer cosas”, sino en la de encender el ventilador delante de un montón de mierda y mirar hacia otra parte.
Así que, venga, ponte a ejecutar. Se acabó lo de decir que no sabes por dónde empezar, ni por qué haces las cosas. Sabes exactamente cuál es el siguiente hito y qué has de hacer para conseguirlo, así que ahora empieza la parte más fácil, salvo en caso de que tengas tu locus de control tan desviado que, incluso teniendo un plan concreto y actualizado, sigas pensando que el resto del mundo es quien impide que consigas tus objetivos.
Hazlo. Ahora. Mendrugo.
Resumiendo
La Planificación de Proyectos Personales (PPP) es, como habrás descubierto a estas alturas, una patraña, un espejismo con el que tan solo pretendo llamar tu atención y motivarte para que te replantees la forma en la que gestionas tu vida, tus intereses, tus expectativas, tus objetivos vitales y tu relación con los demás. Casi nada.
A mí me funciona, es cierto, pero es un sistema tan elemental, tan poco sofisticado y tan carente de utilidad para la mayoría de seres humanos como el resto de contenidos de este blog, que es el suyo, joven.
Si al leer este rollo infumable te das cuenta de que también hay cosas que quieres cambiar en tu vida y de que hasta ahora no sabías por dónde empezar porque ni siquiera habías dedicado el tiempo necesario a planteártelo, me daré por satisfecho.
Tirando de tópicos y a pesar de que, quizá, sea el pasaje más beige de la historia de la literatura, todo este post podría resumirse en un diálogo de Alicia en el País de las Maravillas:
“- Gato de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
-Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar – dijo el Gato.
– No me importa mucho el sitio… – dijo Alicia.
– Entonces, tampoco importa demasiado el camino que tomes – dijo el Gato.
– … siempre que llegue a alguna parte – añadió Alicia como explicación.
– ¡Oh, siempre llegarás a alguna parte -aseguró el Gato-, si caminas lo suficiente!
Por tanto, todo lo que has leído hasta ahora tiene como objetivo evitar que dentro de unos años mires a tu alrededor y te des cuenta de que no te gusta el lugar al que has llegado. Y, si ése es el caso, porque aquí no hemos venido a dar garantías a nadie, al menos que no sientas que podías haber hecho algo para cambiarlo, pero no dedicaste el tiempo o el cariño necesario a preparar el camino.
Gracias por llegar hasta aquí. El resto de camino te toca hacerlo tú solo.
¡Suerte!
(PD) Si te ha gustado este post, apúntate a mi lista y te avisaré cuando publique nuevas cosas:
Deja un comentario