Camino de vuelta

El viernes por la noche volví a Barcelona tras pasar siete de los días más extraordinarios de mi vida siguiendo el itinerario portugués del Camino de Santiago.

Cuando digo que estos días han resultado extraordinarios, no exagero ni un ápice. Hay pocas cosas menos ordinarias en mi vida que pasar una semana caminando por Galicia, acompañado por seis de mis mejores amigos, con el teléfono apagado en la mochila y un montón de tiempo por delante para hablar, reírnos hasta no poder respirar, dormir -poco- y, simplemente, disfrutar del sol, la lluvia, las caminatas interminables y una complicidad fruto de más de tres décadas de peripecias conjuntas.

Dicen que hay tantos Caminos de Santiago como personas dispuestas a recorrer al menos cien kilómetros hasta llegar ante la tumba del apóstol. También se comenta que sólo son peregrinos los que caminan en solitario, el resto son turistas, y que esa tumba, en realidad alberga el cuerpo de un tal Prisciliano, pero ¿sabéis qué? No creo que a nadie le importe quién está enterrado en la cripta de la catedral compostelana porque, en el fondo, el Camino es un viaje iniciático hacia los recovecos más insondables de nuestro interior y eso no lo cambia un puñado de polvo de huesos.

La promesa de una aventura extenuante pero no demasiado arriesgada por la Galicia rural atrae a millones de peregrinos de todo el planeta; a lo largo de estos días hemos conversado con caminantes estadounidenses, australianos, brasileños, portugueses, ingleses, coreanos, chinos, rusos y hasta con un señor que vive en Ruzafa (Valencia), que es del Levante cuando está en Primera y del Valencia cuando está en Segunda.

Nuestro viaje comenzó, en realidad, hace ocho meses, cuando nos planteamos la irrealizable tarea de planificar un paréntesis de una semana en nuestras vidas de padres, maridos y currantes, después del verano.

Al embarcar en el avión que nos llevó desde Valencia hasta Vigo, con escala en Madrid, no nos podíamos creer la suerte que teníamos de estar arrancando este viaje juntos, y esa sensación, mezcla de euforia, incredulidad y pitorreo, nos ha acompañado desde Tui a Redondela, Pontevedra, Caldas de Reis, Padrón y Santiago, con unos pocos repostajes intermedios.

Como cada Camino es único y personal, no puedo hablaros del que han hecho mis amigos, sólo puedo explicaros el mío; pero no lo haré.

Cada peregrino tiene sus propias motivaciones -religiosas, civiles o mediopensionistas- para iniciar su Camino y una de las mías ha sido, mira tú por dónde, despegarme de la farándula redsocialera y de la tiranía del móvil y del e-mail para concentrarme en la gente a la que quiero y es importante en mi vida, aquí y ahora.

Por este motivo, todo lo que se fraguó y lo que he aprendido de mi primer Camino se quedará conmigo y con mis amigos hasta el final de nuestros días.

Pero ojo, éste es sólo el camino de ida.

Tras abandonar la plaza del Obradoiro, empecé a darme cuenta de que el verdadero Camino comienza cuando llegas a casa, guardas las botas en el armario y te descubres a ti mismo sonriendo al evocar todas las experiencias que has vivido envuelto en el polvo, la lluvia y los interminables campos de Galicia.

En ese momento, tomas conciencia de que algo ha cambiado dentro de ti, que eres un poco más fuerte, un poco menos patán y algo más valiente, tras haberte enfrentado a tus propios miedos y superado tus límites. Yo, que me muevo menos que un gato de escayola y me paso el día enchufado al móvil, confiaba poco -muy poco, en realidad- en poder caminar más de 30 kilómetros al día, dormir una semana acompañado de seres roncantes y no acercarme a mi teléfono salvo para comprobar que continuaba funcionando.

Ahora que me he demostrado a mí mismo que puedo hacerlo, me siento mucho más capaz de enfrentarme a otros retos y limitaciones autoimpuestas, que ahora mismo parecen insuperables, pero no cuentan con que mi determinación ha sumado muchos enteros en pocos días. Este chute de autoestima, un saco de carcajadas y una sudadera rosa de la talla 6 son lo más valioso que me he traído de Santiago.

Dicen, por último, que los caminos de vuelta son más sencillos que los de ida, porque estás mejor preparado para afrontar sus cuestas y sus curvas y ya conoces las sombras en las que se ocultan los salteadores.

En estos momentos soy incapaz de medir cuánto y cómo me cambiará este Camino, pero voy a pelear con los puños cerrados y todo el mal humor que me cabe, que es mucho, por mantener durante el mayor tiempo posible esta sensación de fuerza y libertad que traje en la mochila desde Santiago.

Gracias a Jordi, Santi, Emilio, Pablo, Mauro y Sergio por acompañarme en esta pequeña gran aventura macanuda -¡una más!- y contestar a mis preguntas improcedentes. Espero seguir disfrutando y aprendiendo de vosotros durante, al menos, treinta años más.

Gracias, también, a Lola por ser uno de los motores de arranque de mi primer Camino. Éste viaje empezó siendo por ti y al final he sido yo quien se ha llevado el premio gordo. Ojalá algún día podamos recorrerlo juntos.

Y, por supuesto, gracias a K por apoyarme en la ida y resguardarme en la vuelta. Aún nos quedan muchos caminos bonitos que recorrer juntos.

Por último, gracias a ti por llegar hasta aquí. Estés donde estés ahora, nos vemos en el camino de vuelta.

Macanudos en Tui – octubre 2023

Deja un comentario

Up ↑

A %d blogueros les gusta esto: