Nacemos solos, morimos solos

Todo empezó el 23 de mayo de 2010.

Ese día, emitieron el episodio final de Lost de forma simultánea en nueve países. Yo llevaba meses viendo dos, tres, hasta cuatro capítulos cada noche para llegar a la gran finale a tiempo, así que me levanté a las 4 de la mañana, lloré como una magdalena y me quedé con la misma cara de panoli que todos los que teníamos la expectativa de entender algo de lo que había pasado en los 121 capítulos anteriores.

Doce años y medio después, sólo recuerdo dos cosas de ese episodio final: sentirme un poco utilizado y haber escuchado por primera vez la frase “nacemos solos, morimos solos”

Unas horas después, me llamaron para que fuera corriendo al hospital, porque mi madre había tenido un accidente con el coche. Todo acabó en un susto, pero la combinación de estos dos elementos abrió una pequeña brecha en mi forma de entender el mundo que hoy se ha convertido en el primo mayor de la falla de San Andrés, y no estoy pensando en cosas que se queman en Valencia por San José.

Nacemos solos, morimos solos. Aunque todo el mundo cita a Orson Wells como autor primigenio de este pensamiento, este fragmento de Hunter S. Thompson (cómo no) explica mejor su significado:

“We are all alone, born alone, die alone, and—in spite of True Romance magazines—we shall all someday look back on our lives and see that, in spite of our company, we were alone the whole way. I do not say lonely—at least, not all the time—but essentially, and finally, alone. This is what makes your self-respect so important, and I don’t see how you can respect yourself if you must look in the hearts and minds of others for your happiness.”

The Proud Highway: Saga of a Desperate Southern Gentleman, 1955-1967 

Estamos solos, nacemos solos, morimos solos. Más allá del fatalismo que parece inspirar este pensamiento, se trata de una idea revolucionaria y liberadora, que puedes aprovechar para cambiar tu vida.

Los humanos somos seres gregarios, vivimos en comunidades y tendemos a delegar muchas de nuestras obligaciones y responsabilidades en los demás o en el grupo, renunciando, a cambio, a gran parte de nuestros derechos, incluso los más elementales.

Delegamos en otros la limpieza de nuestras ciudades, la persecución de los criminales o la aprobación de las leyes y los impuestos. Dejamos que otras personas nos defiendan en los juicios, eduquen a nuestros hijos y conduzcan los aviones que nos transportan de un país a otro, a veces con toda nuestra familia a bordo. Incluso pagamos a terceros para que cocinen la comida que nos comemos, construyan las casas en las que vivimos y nos cuiden cuando enfermamos o envejecemos.

Mientras que otros se encargan de todo esto, somos nosotros quienes viajamos, comemos, tenemos hijos, compramos o alquilamos casas, trabajamos, pagamos impuestos y acabamos muriendo, antes o después.

Los amigos, la familia, nuestras parejas, los compañeros de trabajo, los curas, las enfermeras, los charcuteros y los vecinos son personas que nos acompañan durante períodos de tiempo más o menos dilatados, tejiendo pequeñas redes de seguridad que parecen protegernos de la soledad y el abandono, hasta hacernos creer que forman parte de nuestra realidad, pero la realidad es individual y subjetiva. Tú no formas parte de la realidad de nadie, sólo pasabas por allí.

Y, de esta forma, nos pasamos la vida saltando de una red de seguridad a otra, de la familia que te alimentaba y vestía a los amigos con los que compartes tugurios infectos, a la pareja que finge soportarte, a los compañeros de trabajo que te dan cobertura -o no- cuando metes la pata hasta el coxis, a médicos que intentan revertir tus excesos, al señor que pulsa el botón que enciende las llamas que convierten tus huesos en la ceniza que algún día alguien derramará por el suelo sin querer y hasta aquí llegó el chiste, amigos.

La interacción temporal con otras personas, lo queramos o no, acaba creando una falsa sensación de que siempre habrá alguien al otro lado del teléfono, que nuestra vida tiene un significado especial o, incluso, que podemos exigir que alguien se encargue de nuestros problemas cuando lleguen.

No es así. Estamos irremediablemente solos y cuando antes te des cuenta de que eres el único responsable de tu vida y que nadie va a salvarte el culo cuando las cosas se tuerzan, antes podrás empezar a tomar medidas.

Un momento, ¿pero hay medidas que nos protejan de la soledad, de la enfermedad o de la muerte? Claro que no, cretino, pero hoy mismo puedes tomar algunas decisiones que facilitarán estos momentos de tránsito amargo.

Deja de gastar el dinero en estupideces y ahorra. Ahorrar te permitirá invertir y tu pequeño o gran patrimonio será único que te salve el día en que alguien se decida a reconocer que lo de las pensiones era un engañabobos y que los cuatro colgados que trabajan se han cansado de mantener a millones de personas que han cotizado para mantener a otros.

Contrata seguros de salud, vida, enfermedad y deceso para que la carga que dejes a tus hijos y familiares, si aún los tienes, sea soportable. Por cierto, haz testamento si tienes algo más que un iPhone pagado a plazos y un alquiler que se lleva el 80% de tu sueldo.

No te endeudes de forma irresponsable ni a largo plazo; aunque no te lo creas, aún hay gente que pide hipotecas a más de 10-15 años vista para complicarle la vida a sus nietos.

Revisa tu salud con frecuencia, haz deporte, mantente en un peso razonable. En realidad, ya sabes lo que tienes que hacer, lo que te pasa es que se te ocurren más excusas que a Pablo Iglesias.

No seas cabrón, no descargues en los demás tus problemas. Cuando naciste, hubo alguien allí esperándote para asegurarse de que respirabas, que te vistió y alimentó durante años, pero el que ha llegado vivo hasta aquí eres tú. Hazte cargo de ella de una puta vez, sin excusas, sin quejas ni justificaciones, al estilo de Isabel II.

Si estás leyendo esto, significa que tienes acceso a un ordenador y a una conexión informática, que has aprendido a leer y que tienes el tiempo y la paciencia necesaria para soportar mis discutibles desvaríos. Tus decisiones, tus capacidades y un número inmanejable de circunstancias de las que no has sido consciente te han traído hasta aquí.

¿Qué vas a hacer ahora con todo esto?

Estamos solos, nacemos solos y morimos solos, pero eso no significa que no tengamos una extraordinaria capacidad de influir en nuestro entorno, de facilitar la vida a otras personas o de disfrutar de la gente que nos encontremos a lo largo del camino.

De esto va el juego, de extraer lo mejor de cada persona, de cada momento, de cada escalón, bache o tobogán y llegar al final gritando, como Hunter S. Thompson, ¡Wow, vaya viaje!

¿Estás preparado? Da igual, porque la partida sigue aunque no estés sentado.

Esto va a ser divertido.

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