
Hace unos días publiqué este twit:
De pronto, empecé a recibir mensajes a través de todos los canales imaginables -y algunos bastante insólitos- de fundadores de startups, scouters de fondos, business angels y bancos de inversión, en los que me pedían los contactos de las empresas a las que hacía referencia en el twit y de paso, que si podía echarles una mano a contactar con gente del otro lado de la valla, en ambos sentidos.
Por lo visto, había pinchado en hueso sin quererlo.
No es un problema nuevo; de hecho, no suele haber problemas nuevos, porque muchos retos y conflictos suelen simples reediciones de situaciones ya conocidas, que interpretamos como una novedad debido a nuestros puñeteros sesgos.
Cuando lancé mi primera startup, allá por 2003, solía decirse aquello de “tú no te preocupes por el dinero porque, dinero, no hay”. Acababa de explotar la llamada burbuja de las puntocom y muchos inversores no querían oír hablar de esas movidas.
Pronto llegó la proliferación de los eventos para emprendedores, una subcategoría del canapismo que empezó como una colección de frikis, novatos con diferentes grados de disfunción social y adictos poco anónimos a la dopamina, en las que compartíamos nuestras miserias y nos quejábamos amargamente de casi todo.
Sesgos, sesgos, sesgos por todas partes. Los supervivientes -ya no digo los que conseguían cierto grado de éxito- eran superhéroes que validaban el riesgo y la oportunidad, los que morían en el barro eran víctimas del sistema, los inversores eran las chicas guapas de la discoteca y, al mismo tiempo, el abusón de clase que te robaba la merienda. Un despropósito, sí, pero era nuestro despropósito.
Con los años, he acabado invirtiendo en unas cuantas empresas así que, ahora que llevo más gorros que un transformista checoslovaco, me doy cuenta de la cantidad de recursos y oportunidades que se van por el desagüe, a causa de nuestros sesgos y de la necesidad de encontrar culpables para nuestros errores, lo que es un sesgo en sí mismo.
Siempre es la misma historia, en todas partes. Las empresas se quejan de la rotación de sus equipos y de que no hay nadie que quiera trabajar, mientras el paro sigue en el 13%. Los bancos se quejaban de los tipos de interés negativos y ahora se quejan de la inflación, con los tipos en positivo otra vez y las letras del tesoro cerca del 3%.
En toda actividad económica que exija un mínimo de masa gris, el problema nunca es cuantitativo, sino cualitativo. La diferencia no la marca el tamaño de tu equipo, sino las capacidades de las personas que lo conforman. El que no suma, resta. Ya sabéis lo que quiero decir.
Por eso, puede ser cierto al mismo tiempo que falten inversores y empresas en las que invertir: porque hay inversores buenos y malos, aguerridos y cobardes, generosos y miserables, y al mismo tiempo, hay emprendedores capaces e inútiles, vagos y esforzados, habilidosos y torpes.
En su libro “el poder de las palabras”, Mariano Sigman explica la correlación entre los principios de falibilidad y de reflexividad: a grandes rasgos, un pensamiento, teoría o principio nunca se ajusta con exactitud a la realidad (que, además, es necesariamente subjetiva), por lo que es la convicción de una persona o de grupos de personas lo que hace que una idea, tendencia o creencia acabe imperando y definiendo la realidad, al menos durante un tiempo.
Si la tozudez es capaz de transformar la realidad a través de la reflexividad, ¿qué no podrá conseguir un sesgo que, a base de repetirse, incluso de forma inconsciente, forma parte intrínseca de nuestra forma de ver el mundo?
¿Recordáis aquella campaña de Aquarius en la que unos tipos afirmaban desde un programa de radio grabado en un psiquiátrico que el ser humano es extraordinario?
Por cosas del destino, estuve en ese psiquiátrico de Buenos Aires asistiendo a una retransmisión en directo de la Radio la Colifata en octubre de 2008 y mi conclusión fue que sí, que el ser humano es extraordinario, pero que el mundo está lleno de hijos de puta.
En efecto, la iniciativa de la Colifata es maravillosa, pero 15 años después me sigue costando mucho romantizar la existencia de un hospital psiquiátrico, en cuyos pabellones hay personas que pasan semanas, meses, años de sus vidas vagando con la mirada perdida o gritando, presas del pánico y el horror.
Si te estás preguntando adónde quiero ir a parar con esta reflexión, coge mi mano, amigo, y transitemos juntos este camino porque lo único cierto de todo esto es que tú y yo también tenemos sesgos de los que somos más o menos conscientes, que suelen meternos en más problemas de los que nos sacan y que nos van a acompañar durante toda nuestra vida.
Nada sustituye el poder de hacer cosas y conseguir algo que se parezca remotamente a tus objetivos, por encima de las dificultades, las opiniones y las trampas.
Al final, sólo te quedará el recuerdo del camino y de las personas con las que lo has recorrido, así que no seas membrillo, comparte las pocas cosas buenas que tengas y disfruta el viaje.
Nos vemos en la carretera.
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