Todo el mundo comenta un dato que saltó a la red la semana pasada: Google ya gestiona alrededor de un 6% de todo el tráfico de internet, lo que significa que una de cada 16 conexiones a internet se dirigen o provienen de un sitio de Google. Si te parece una barbaridad, piensa en cuántas veces consultas tu cuenta de gmail, buscas información en su buscador, accedes a tu blog o a cualquier otro que esté alojado en blogger o buscas una dirección en maps. Cada vez que accedes a una página que contiene anuncios o vídeos, es muy probable que estés viendo información servida por Google. ¿Y aún así crees que un 6% es mucho?
Diez años después, Google sigue siendo bastante cool, algo que pude comprobar in situ en sus propias oficinas. Google parece una compañía seria y estable, pero al mismo tiempo divertida, formada por geeks para geeks, y dedica grandísimos esfuerzos y recursos a mantener esa imagen. Lo cierto es que la mayor parte de sus productos son incontestables: funcionan mejor que la mayoría y casi todas sus aplicaciones son gratuitas o tienen un coste muy inferior a su competencia.
El peor enemigo de Google, hoy en día, es Google. Puede cubrir -y de hecho cubre- nichos completos del mercado con una penetración pasmosa, y si ya existe un jugador fuerte muchas veces prefieren comprarlo a competir con él. De hecho, miles de empresas empiezan a ver peligrar sus negocios por culpa de Google, y cualquier emprendedor que pretenda desarrollar un servicio web sabe que su plan de negocios tiene que contener una respuesta contundente a la pregunta
¿Qué pasa si mañana Google desarrolla un servicio similar?
Hay dos formas de ver este escenario: “Google no tiene competencia” o “Todos somos competencia de Google“. A estas alturas, pocos siguen creyendo en el “don’t be evil” de Google. La simpatía se convirtió en sorpresa y ésta en alerta, que poco a poco ha ido cubriéndose por una cierta pátina de preocupación.
Mientras tanto, seguimos utilizando los productos de Google. Yo gestiono todos mis dominios desde Google Apps, utilizo gmail, maps, analytics, docs y estoy empezando a familiarizarme con wave. La semana pasada, más de cincuenta personas me pidieron invitaciones para Google wave en apenas dos días; incluso llegaron a ofrecerme dinero a cambio de una invitación y eso que mientras no se desarrolle un ecosistema de aplicaciones, Wave es poco más que un híbrido de chat y e-mail sin un valor añadido claro.
Una de las lecciones que mejor ha aprendido Google es que uno no puede dormirse en los laureles. Microsoft lo hizo y lleva varios años sin encontrar un rumbo claro: sus nuevos sistemas operativos no están a la altura y parece que todas sus decisiones son lentas y reactivas frente a Google, que pese a ser el líder, sigue siendo capaz de innovar y de generar valor en un mercado floreciente, pero copado por nuevos jugadores ambiciosos y agresivos.
Las ventajas industriales de Google (escala, tamaño, capacidad, equipo, solvencia) son, a la vez, sus mayores enemigos. Ya sabemos que, cada cierto tiempo, el mercado reacciona contra el status quo dando un vuelco al jugador que más fichas tiene sobre la mesa. También sabemos que estos ciclos son cada vez más cortos y más acusados y que hace falta mucho esfuerzo y muchos recursos para detenerlo.
La música y el periodismo nos ha dejado buenos ejemplos de que la evolución no puede detenerse. Tú eliges: ¿prefieres escuchar al mercado o luchar contra él? ¿Dinamizarlo o tratar de apagarlo? Y sobre todo ¿qué estás dispuesto a hacer para conseguir tu objetivo?
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