El arte de rendirse

pepinos estresados

¿A veces sientes que tu nivel de estrés es insostenible? ¿Te das cuenta de que cualquier gilipollez desencadena reacciones desproporcionadas en tu cuerpo? Tras hablar con mucha gente sobre el estrés, la ansiedad y, en general, sobre estar jodidamente nervioso, puedo decirte que es normal y, al mismo tiempo, una putada.

Hay muchos motivos para estar ansioso hoy en día, pero ninguno justifica sufrir como solemos hacerlo. Ya sabéis que soy poco amigo de los consejos y que opino que la autoayuda, como concepto o categoría editorial, es una soberana mierda, casi al nivel de la mayoría de libros dirigidos a los emprendedores, pero os voy a contar por qué a mí me está resultando útil aprender a rendirme.

Solemos asociar el verbo rendir con la debilidad, el fracaso o la falta de esfuerzo, capacidad o talento ante la adversidad. Cuando no puedes más, te rindes y, de esta forma, gota a gota, la frustración ha acabado por teñir este verbo de una connotación negativa que no siempre merece. Rendirse también puede ser una fuente de placer y superación personal cuando nos rendimos a nuestras tentaciones, nuestros deseos o nuestras aspiraciones. Aquí podéis ver todas las acepciones de este bonito verbo, entre las que yo destaco estas tres:

Terminar, llegar al fin de una bordada, un crucero, un viaje, etc.

Entregar, hacer pasar algo al cuidado o vigilancia de otra persona.

Tener que admitir algo.

Nos pasamos el día luchando, aunque no nos demos cuenta. Cuando pides fruta en vez de algo con chocolate porque estás empezando a parecerte a Paquirrín, estás luchando contra ti mismo y sabes que vas a perder. Cada decisión que tomas, de forma consciente o inconsciente, incluso cuando optas por no decidir y que pase lo que tenga que pasar, estás enfrentándote a tus miedos, a tus frustraciones, a tus debilidades, a fuerzas superiores a tu capacidad de intervención, y acabas cruzando los dedos para que el resultado te sea propicio.

No es determinismo o fatalismo: sólo somos personas con limitaciones que intentamos sobrevivir. Y eso está bien.

Sin embargo, no podemos ganar todas las batallas a las que nos enfrentamos, ni tenemos que hacerlo. A veces la mejor solución consiste, simplemente, en no luchar y dejar pasar la ola porque, con frecuencia, lo que interpretamos como batallas personales no lo son, por muchos motivos: porque son otros quienes tienen que lucharlas, porque ya han acabado, porque en realidad no hay nada que ganar ni perder o, simplemente, porque no podemos hacer nada útil para cambiar su curso.

Hablando sobre esto, hace unos días me dijeron que rendirse significa, en esencia, elegir bien las batallas que uno libra, lo que me recordó esta cita (¿os había dicho que odio a los pedantes que hablan a través de citas?):

El estratega victorioso sólo busca la batalla después de haber obtenido la victoria. De la misma forma, el que está destinado a la derrota, primero pelea y luego busca la victoria.

Sun Tzu – El arte de la guerra (孫子兵法)

Aprender a rendirse consiste, desde esta perspectiva, en aprender cuándo hay que luchar y cuándo no hacerlo. Si decides no empezar una batalla que no puedes o no debes ganar, tu situación siempre va a ser mejor que si optas por lucharla. No hay mucho que pueda aportar en este camino porque mi experiencia demuestra que soy terrible tomando este tipo de decisiones.

Sin embargo, mi aprendizaje de estos últimos meses es un poco menos obvio y se divide en dos pequeños aforismos que llevo grabados a fuego a base de repetírmelos:

Pocas veces eres consciente de que estás tomando una decisión que te va a llevar a la guerra

La única batalla que no puedes ganar es la que luchas contra ti mismo

Como no estoy nada familiarizado con este tipo de mierdas, no sé si estoy tratando conceptos obvios y perfectamente comodizados en el universo de los que buscáis la felicidad leyendo a tipos que murieron hace tropecientos mil años. Pero si has leído hasta aquí, quizá te interese saber por qué esto me ha ayudado.

Decisiones inconscientes

Soy abogado, así que una parte importante de mi trabajo consiste en ayudar a la gente a salir de los jaleos en los que se mete, muchas veces sin darse cuenta. Es muy fácil dejarse llevar y despertarte un día con un empleado/jefe/vecino/amante cabreado que ha decidido hacerte la vida imposible. ¡Y que tiene un montón de motivos para hacerlo!

La única forma que conozco de evitarlo es ser más consciente de las decisiones que adoptas cada día y de sus posibles implicaciones y para ello sólo conozco dos soluciones: delegar y planificar muy bien tus días por anticipado. Soy extremadamente malo en las dos, pero poco a poco voy mejorando.

Desde hace un tiempo, cada vez que alguien me pide que decida algo, antes de responder intento pasar tres filtros mentales, lo que provoca que tarde unos segundos en contestar y mi interlocutor se quede con la sensación de que me estoy volviendo aún más gilipollas.

Los filtros se basan en estas tres preguntas:

  • ¿Soy yo quien tiene que tomar esta decisión?
  • Si me corresponde a mí, ¿tengo toda la información necesaria y estoy seguro de que éste es el momento de tomarla?
  • ¿Cuál es el peor escenario que se puede producir si no tomo una decisión? Y si la tomo, ¿qué es lo peor que puede pasar en cada caso?

Tras aplicar este filtro a unos cuantos cientos de situaciones, me he dado cuenta de que el embudo es aproximadamente de un 30-60-10. Es decir, que:

  • Casi un tercio de las veces no era yo quien tenía que decidir y asumir la responsabilidad de la respuesta; por lo tanto, no me correspondía luchar esa batalla;
  • Más de la mitad de las veces era imposible decidir o no era necesario hacerlo en ese momento; con la información correcta en la mano, casi siempre la persona que me estaba pidiendo que actuase simplemente estaba intentando pasarme un marrón que no me correspondía;
  • Del 10% de situaciones que sí que exigían una acción o decisión inmediata por mi parte, cerca de un tercio de las ocasiones lo mejor era no hacer absolutamente nada, lo que no deja de ser una decisión.

No hay que tomarse esto a la ligera. Cuando tomas decenas o centenares de pequeñas decisiones al cabo del día, estás abriendo decenas o centenares de posibles conflictos con personas que estaban esperando que tu decisión fuese otra, sin ser consciente de ello. Son muchas -demasiadas- pequeñas batallas que acaban consumiendo tu energía, tus nervios y tu capacidad para enfrentarte a tus verdaderos retos.

Por eso siempre digo que más importante que aprender a decir “NO” –que, oiga, cuesta lo suyo- es aprender a decir “NO ES MI PUTO PROBLEMA”.

Sé que te encantaría que me hiciese cargo de tu mierda, que llevase yo la mochila en la que guardas todas esas situaciones horribles que has generado, que luchase yo tus guerras. Y a lo mejor lo hago. Pero también es posible que no me salga de los cojones hacerlo y que tengas que librar tus propias batallas porque no son las mías.

Hay pocas cosas más liberadoras que negarse a luchar cuando no tienes por qué hacerlo.

No puedes vencer cuando luchas contra ti mismo

Todos los mensajes que recibimos están dirigidos a que nos avergoncemos de nosotros mismos. Nunca ganas suficiente pasta, ni te vas de vacaciones bastante lejos, ni corres tanto como tu vecino, ni has adquirido los hábitos necesarios para triunfar en la vida, así que te acabas comprando cosas y pagando a gente para que te machaque y te haga ver todo lo que tienes que hacer para acercarte ligeramente a lo que nunca vas a conseguir ni, casi con total seguridad, necesitas.

Todos somos pequeños pozos de complejos y conflictos irreconciliables y cuanto antes lo asumamos, mejor nos irá. Pasamos demasiado tiempo intentando mejorar y cambiar nuestros hábitos, nuestras carencias y nuestros horribles defectos.

Querer mejorar está bien, pero no siempre es necesario.

Casi todos los gordos que conozco son infelices y pasan años enteros de sus vidas sintiéndose culpables mientras se hinchan a comer brócoli tres días seguidos y bocadillos de panceta los cuatro siguientes. No se han rendido a la evidencia de que siempre van a ser gordos porque les falta la fuerza de voluntad suficiente para aprender a comer y mantener una rutina saludable. Morirán gordos y tristes antes de los 70, cuando podrían morir gordos y felices, disfrutando de su absoluta incapacidad para controlar su alimentación.

Yo disfruto un montón comiendo cosas que engordan y odio correr. Hago poco ejercicio y el que más he disfrutado últimamente –el yoga- es incompatible con mis articulaciones. A cambio tengo un par de empresas que me chupan la energía sin control y me paso el día viajando, lo que impide que todas las porquerías que como me conviertan en el padre del muñeco de Michelin.

Mi segunda rendición es ésa: he decidido no luchar contra mí mismo. Una cosa es seguir aprendiendo, cuidarse un poco y mejorar algunas cosas que no forman parte de tu esencia como persona; otra muy distinta es bloquear tus instintos, renunciar a tus motivaciones y evitar los placeres que te hacen sentir vivo. Podéis llamarlo como queráis: hedonismo, epicureísmo o egoísmo a secas. Lo bueno es que ahora me la trufa bastante lo que opinéis al respecto.

Cuando he comentado este planteamiento, algunos me han dicho que, llevado al extremo, esto justificaría la pedofilia, el genocidio o el anarquismo. De momento no tengo pensado dedicarme a todo esto, prometo avisaros el día que me compre una AK-47.

Las escuelas de negocios, los formadores motivacionales, los keynote speakers y, en general, toda la gente que gana dinero diciendo a la gente lo que tiene que hacer, os dirá algo bastante distinto: que hay que esforzarse todos los días por ser mejor, que no hay que rendirse jamás, que no hay que dar un paso atrás ni siquiera para tomar impulso y, en fin, ya sabéis, todas esas mierdas.

He visto demasiadas vidas malgastadas, demasiados patrimonios dilapidados, demasiados emprendedores que no lo eran intentando levantar negocios equivocados, demasiado esfuerzo dirigido en la dirección incorrecta como para creer en eso (¿hasta cuándo aguanto?). No respeto la opinión de los que creen que el esfuerzo justifica el fracaso y que todas las batallas merecen ser luchadas hasta el final.

Quizá todo sea un poco más fácil y consista en respetarse a uno mismo, respetar a los demás y esforzarse hasta el extremo para conseguir que nuestras limitadas capacidades no sean un obstáculo para nuestro crecimiento personal, disfrutando el viaje todo lo posible.

En esencia, todo esto es lo que desde hace unos meses me ayuda a vivir un poco más tranquilo, sin dejar de ser un pepino estresado. Si tienes algún otro truco que te haya funcionado, escríbeme o ponlo en los comentarios. Si, por el contrario, quieres insultarme porque te has sentido ofendido o no estás de acuerdo, ponte a la cola.

3 thoughts on “El arte de rendirse

Add yours

  1. Hola, solo quería decirte que 👏.
    He buscado en internet «Cómo rendirse» porque siempre he recibido la información (por parte de la familia, educadores, sociedad en general) de que hay que luchar por todo.
    Estoy harta, cansada, aburrida y asqueada de luchar por cosas que ni siquiera son mi responsabilidad o por cosas que, si no luchase, saldrían igual de bien (o mal).
    Mirando objetivamente tengo una buena vida y soy incapaz de disfrutarla por las pequeñas luchas diarias, que se van acumulando hasta saturate la vida.
    Me queda mucho que aprender (a mis 39 años) pero desde luego este artículo me ha servido para dar el primer paso.
    Muchas gracias.

Deja un comentario

Up ↑

Descubre más desde El blog de Luis Gosálbez

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo